
La exposición Tan ligero, de Rodrigo Hernández (México, 1983), es la última del ciclo Margins of Ten, comisariado por Rosa Lleó en el espacio de la galería NoguerasBlanchard en L’Hospitalet. El ciclo, que parte de la conocida película de Charles and Ray Eames Powers of Ten (1975), propone distintas aproximaciones a los márgenes de lo racional o científico.
Rodrigo Hernández cierra el ciclo con algo que atañe a las leyes de la física pero que escapa de lo humano, como es la falta de gravedad y la idea de flotar en el universo. Se define como ingravidez al estado en el que un cuerpo que tiene un cierto peso se contrarresta con otra fuerza, o se mantiene en caída libre sin sentir los efectos de la atmósfera. Es un estado en que funciones fisiológicas como la orientación se perturban ligeramente. El artista transforma la galería en un espacio infraleve, a través de una nueva serie de pinturas a partir de la atmósfera de las novelas del escritor francés Patrick Modiano, donde sus personajes parecen “tan distantes, tan lejos de todo”.
La convención de la pintura de la que Rodrigo Hernández más claramente diverge con esta serie es la de la “composición”, concepto original de Leon Battista Alberti. En estas pinturas, la perspectiva, que normalmente tiene la función de unificar a los elementos de la composición está ausente o por lo menos parece intermitente. En cambio, el espacio celeste, por principio carente de resolución, transforma el contexto pictórico en un indefinible; es imposible saber su profundidad o su dimensión. El universo, según esta propuesta, es el escenario perfecto de un arreglo pictórico arbitrario que remplaza la claridad compositiva por la imprecisión espacial.
Además de la figura que aparece en todas las pinturas, las estrellas son también protagonistas de esta serie. Newton se dio cuenta de que, según su propia teoría de la gravedad, las estrellas deberían atraerse entre sí, por lo que al parecer no podrían permanecer inmóviles. ¿No acabarían, entonces por chocar todas en algún punto? Newton más tarde argumentó que eso sin duda ocurriría si sólo existiera un número finito de estrellas distribuidas en una región finita de espacio. En cambio, razonó, si existiera un número infinito de estrellas, distribuidas más o menos uniformemente sobre un espacio infinito, esto no ocurriría, ya que no habría un punto central al que todas se dirigieran para colapsar entre sí. Este argumento es un ejemplo de las trampas que uno puede encontrar al intentar hablar del infinito. En un universo infinito, cada punto puede ser visto como el centro, ya que cada punto tiene un número infinito de estrellas a cada uno de sus lados.